John Hiatt se desquita con una admirable velada de blues-rock en Madrid

  • El estadounidense, tras dos visitas canceladas, por fin pisa España.
  • Real Fine Love y The Open Road, cimas de una mágica actuación.
  • Barcelona (28 de octubre) y San Sebastián (30), próximas fechas.
Hiatt rasga su guitarra en la Joy Eslava.
Hiatt rasga su guitarra en la Joy Eslava.
SILVIA MANZANO
Hiatt rasga su guitarra en la Joy Eslava.

El 27 de octubre de 2010 era una fecha marcada en rojo en el calendario de todos aquellos aficionados del rock americano con buen paladar, aquellos que disfrutan y reivindican con justicia a Bruce Springsteen pero van un poco más allá. John Hiatt, veterano cantautor de Indiana, iniciaba esa fecha su visita a España en el marco de la gira motivada por su último y recomendable disco, The Open Road. Por diligencia de Last Tour International, Madrid, Barcelona (jueves 28) y San Sebastián (sábado 30) eran las ciudades elegidas. Y algunos de esos aficionados expectantes afrontaron la experiencia como un ajuste de cuentas.

El motivo es que, en una suerte de metáfora de lo que este carismático estadounidense supone para nuestro país, a Hiatt parecía perseguirle una maldición cada vez que España se le cruzaba en su camino. En 2001, y tras los atentados de Nueva York, decidió cancelar unas actuaciones que tenía previstas en nuestras fronteras. Era el año del exuberante Tiki Bar Is Open, por cierto, seguro que muchos se cargaron de motivos para reclamar la cabeza de Bin Laden. Siete años después, y tras la publicación de Same Old Man, anuló una fecha programada en San Sebastián por la enfermedad de un familiar muy cercano. Pero este verano se rompió el gafe: el creador de My Old Friend prometió saldar deudas en octubre.

La capital, más concretamente una nutrida Joy Eslava, fue el escenario elegido para abrir fuego. Ainara Legardón, telonera, firmó una actuación acústica áspera y exigente, y en la que sin duda su descarnamiento imploraba una guitarra eléctrica y una batería acompañándola en el sentimiento. La febril intensidad con la que acometió su última canción mereció más entusiasmo del que cosechó en la sala, seguramente. Después de que la bilbaína se despidiera, y tras unos minutos de tensa y regocijante espera, nuestro protagonista y The Combo, su banda, emergieron de los laterales del escenario y los fantasmas tocaron arrebato; por fin, Hiatt estaba aquí. Y Hiatt, rebosante de oficio, obsequió a la parroquia con uno de los acontecimientos del año.

En casos así, siempre cabe la posibilidad de sacar el bisturí y lamentar la ausencia de alguna canción, el ninguneo a cierto disco. Conviene adelantar que Hiatt no lo merece, ya que siempre se ha distinguido por equilibrar, más o menos, sus set lists. Existe una teoría bastante extendida de que Bring The Family y Slow Turning son sus grandes hazañas. Aceptando esta razonable perspectiva, el repaso fue satisfactorio, ya que ambos dominaron bastante durante toda la velada. Pero fue inevitable añorar más presencia de dos proezas indiscutibles como Perfectly Good Guitar o The Tiki Bar Is Open, donde Hiatt se muestra más rockero y desatado que nunca. Incluso cabrá aquí romper una lanza por el marginado Beneath This Gruff Exterior, pocas veces el blues sonó más iracundo que en este directo al mentón de 2003.

Sonido añejo

Omitiendo estas inevitables consideraciones, lo dicho, la ceremonia fue mágica. El registro que maneja Hiatt desde Master Of Disaster, ese fantasmagórico híbrido de blues y rock, ese sonido añejo y artesano, marcó las directrices de la actuación. El norteamericano ha levantado el pie del acelerador, quizá suene menos rabioso que hace quince años, pero parece más sabio y sincero que nunca. Su banda se mostró engrasada, mención especial a la sutileza y profundidad de su guitarrista, y Hiatt, surcado por una amplia sonrisa, comodísimo, lideró la función y manejó a la entregada parroquia con insultante habilidad.

Drive South fue la encargada de abrir, y la antiquísima Ridin' With The King puso el broche. Clásicos como Memphis In The Meantime, Little Thing Called Love o Lipstick Sunset provocaron el delirio. La hermosísima Have A Little  Faith In Me y la angustiosa Crossing Muddy Waters encogieron estómagos. Y, curiosamente, en dos canciones menos aplaudidas como Real Fine Love o The Open Road, la que abre su último disco, Hiatt cuajó sus dos momentos más intensos y arrebatados; sonaron pletóricas, hechizantes, llenas de alma y sangre.

El cantante luce 58 años, y mientras algunos a esa edad se abandonan a la abulia y la complacencia, lo cierto es que Hiatt demostró una solvencia y una capacidad para mantener el interés de principio a fin dignas de admirar. Esa autoridad que muestran unos pocos músicos y artistas en general, y que les permite tenerte en vilo y engatusarte aunque no mantengan siempre el estado de gracia, aunque maduren, aunque dejen de sorprenderte e impactarte. A ese privilegiado casillero pertenece John Hiatt, se lo ha ganado a pulso con una obra robusta y personalísima, y ya nadie le apeará de allí, todos los sabremos, todos lo gozaremos, por muchas enfermedades, terroristas islámicos e infortunios que se conjuren. Quizá no le volvamos a ver nunca más, quizá un año de estos decida reclutarse definitivamente en su granja de Tenessee y colgar la guitarra, pero las casi dos horas que brindó son un legado imborrable, el puñetazo en la mesa de un elegido, un dulce dardo clavado en nuestros corazones.

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